jueves, 28 de octubre de 2010

Perlita histórica

Este es el contrato que firmaban las maestras en 1923

Este es un acuerdo entre la señorita.................. maestra, y el Consejo de Educación y la Escuela........................... por la cual la señorita ........................................... acuerda impartir clases por un período de ocho meses a partir del ................... de 1923.

La señorita acuerda:
1º - No casarse. Este contrato quedará automáticamente anulado y sin efecto si la maestra se casa.
2º - No andar en compañía de hombres.
3º - Estar en su casa entre las ocho de la tarde y las seis de la mañana, a menos que sea para atender una función escolar.
4º - No pasearse por las heladerías del centro de la ciudad.
5º - No abandonar la ciudad bajo ningún concepto sin el permiso del presidente del Consejo de Delegados.
6º - No fumar cigarrillos. Este contrato quedará automáticamente anulado y sin efecto si se encontrara a la maestra fumando.
7º - No beber cerveza, vino ni whisky. Este contrato quedará automáticamente anulado y sin efecto si se encontrara a la maestra bebiendo.
8º - No viajar en ningún coche o automóvil con ningún hombre, excepto su hermano y su padre.
9º - No vestir ropas de colores brillantes.
10º - No teñirse el pelo.
11º - Usar al menos dos enaguas.
12º - No usar vestidos que queden a más de cinco centímetros por encima de los tobillos.
13º - Mantener limpia el aula:
a) Barrer el suelo del aula al menos una vez al día.
b) Fregar el suelo del aula al menos una vez por semana con agua caliente y jabón.
c) Encender el fuego a las siete, de modo que la habitación esté caliente a las ocho cuando lleguen los niños.
d) Limpiar la pizarra una vez al día.
14º - No usar polvos faciales, no maquillarse ni pintarse los labios.

(Fuente: Extraído de "La Revista del Consejo Nacional de la Mujer", Año 4, Número 12, Marzo de 1999, Buenos Aires)


viernes, 13 de agosto de 2010

La incoherencia de la vida


(Poema de María Clara Segobia - Cónsul das Poetas do Mundo)


No está permitido
niño gritar.
No está permitido
niño saltar.
No está permitido
niño correr y jugar.

Aunque grite, salte,
corra, juegue,
existe una norma.
Debe saltar con calma.
Gritar con moderación.
Jugar sin ruido.

El adulto puede
gritar sin medida.
Triste incoherencia
de las leyes adultas.

miércoles, 7 de julio de 2010

Opiniones diversas sobre educación


"...Uno tenía que atiborrar su mente con todas estas cosas, gústele o no. Esta coerción tenía un efecto deteriorante tan grande que después que pasé el examen final descubrí que tener que considerar cualquier problema científico resultó desagradable durante todo un año.

Es un milagro que los métodos modernos de instrucción no hayan estrangulado totalmente el sagrado espíritu de la investigación: porque esta delicada planta, además del estímulo, necesita la libertad para sobrevivir; sin esto, naufragará y se arruinará sin duda.

Es un grave error pensar que el disfrute de observar e investigar se puede promover por medio de la coerción y el sentido del deber.

Albert Einstein

lunes, 10 de mayo de 2010

MISIÓN – PROFESIÓN – VOCACIÓN

Misión es el “para qué” venimos a esta Tierra. El proyecto que llevamos desde el momento anterior al nacimiento, y que da sentido, fundamenta ese nacimiento.

Desde chicos, se observan en nosotros, las “herramientas” que traemos, los dones con los que contamos, para “cumplir esa Misión”.

Fulanita es rebelde, contestadota. Menganita es callada y diplomática. Otro es mediador. Otro, artista, creativo con algo de locura. Otro, activo, práctico y emprendedor. No me refiero a cómo se va formando la personalidad según nuestro entorno social, familiar o cultural, sino al bagaje de actitudes, conocimientos, que ya traemos con nosotros y se distinguen desde el mismo instante en que nacemos, esa “sabiduría innata”.

La palabra vocación suena a algo parecido. Es aquello que nos gusta hacer, que nos atrae, que sentimos “estar hechos para ello”, que realizaríamos aún sin tener paga alguna por hacerlo. La “vocación” está referida a algo más terreno, menos espiritual, más “de esta vida”; en tanto que el término “misión” es más abarcativo, va mucho más allá, incluye un “algo” espiritual. (Quienes creen en la existencia de más de una vida, es decir, en la reencarnación, también creen que empleamos varias de estas encarnaciones para el cumplimiento de una misión).

Profesión, en cambio, está relacionada con alguna actividad de índole comercial, laboral, o estudios que nos permitan alcanzar o desarrollar dicha actividad. Es aquello a lo que nos dedicamos (o nos dedicaremos), para obtener un rédito económico que (supuestamente) nos permitirá subsistir.

Cuando misión-profesión-vocación van juntas, la persona siente plenitud, felicidad, algo así como “la seguridad de estar haciendo lo que uno vino a hacer”. Como consecuencia de esa plenitud, de esa alegría, surge una gran corriente de energía positiva que reafirma el continuar en ello, aún cuando el pago sea insuficiente o, exija pasar muchas horas trabajando con ese fin.

Como antes mencionaba, al nacer, el bebé ya trae consigo herramientas para cumplir con su misión, y otras a ampliar, o mejorar, que le permitirán superarse cada vez más, “crecer” más allá del crecimiento físico.

En el Jardín de Infantes, a menudo se valoran las diferencias, se trabaja mucho mediante el juego, en libertad, y las “herramientas” de cada niño, se ven en todo su potencial, en cada actividad que realiza.

A medida que el chico crece, comenzamos (como padres y como docentes), a poner nuestras expectativas personales en él, y esto puede jugar a favor suyo o en su contra… (¿Qué sucede si la “misión” del niño no está “alineada” con una “profesión” bien remunerada o que implique el prestigio social, que nosotros deseamos “para él”? ¿Qué pasa cuando una vocación (como la artística) no se ve socialmente como una profesión y la dejamos limitada a “un hobby”?). A esto, sumémosle la “obligación social” de, precisamente, “socializarlos”. Solemos confundir “socialización” con “uniformidad”. Esperamos y pedimos que se comporten “normalmente” (¿Y qué es “normalmente”? ¿Es posible que algo sea “normal” para una familia y “extraño” para otra?). Entonces, exigimos que se junten con “familias como uno” (lo que los vuelve intolerantes e irrespetuosos ante realidades ajenas, tan válidas como la nuestra), que estén callados y atentos aún ante una actividad aburrida o lejana a ellos, distante a sus emociones. (¿A que nadie tiene que “obligarlos” a permanecer quietos y callados cuando ven la serie de televisión que les gusta? Y que guste, no necesariamente quiere decir que sea naif, o de poco contenido. Hay programas de gran contenido metafísico o filosófico de trasfondo (como por ejemplo, “Casi Ángeles”), otros, de contenido científico (como los de Animal Planet), y otros sí, de entretenimiento (que también es necesario, y un tema sobre el cual me explayaré en otra entrada).

Una vez, en un Colegio secundario católico al que asistí, la Rectora nos dijo que “en misa HABÍA que permanecer callados”. Y nos puso el ejemplo de una santa que se aburría tanto por no entender las misas, que contaba una y otra vez las velas de la Iglesia.

No lo expresé, pero recuerdo haber pensado… “entonces… ¿para qué sirve una misa?”. Obviamente, jamás admiré a esa santa, ni fue ningún ejemplo educativo para mí (de hecho, ni siquiera recuerdo su nombre), y con mi prima, decidimos que era mucho más entretenido mirar chicos, que contar velas, en las misas. Y eso no nos hizo mejores ni peores personas, ni mejores o peores cristianas.

En definitiva, el problema es que, cuando socializamos, estamos educando para vivir en sociedad, pero cuando uniformamos, cercenamos, coartamos posibilidades, logramos que se destaquen los que se callan, los que no se muestran, los que ceden posiciones propias ante posturas ajenas, los que aceptan normas externas sin haber comprendido o internalizado si esa norma es válida y, por ende, no luchan por cambiar normas obsoletas o ridículas, los que se muestran como los demás los quieren ver, los que se reprimen ante la opinión del grupo. Al crecer se volverán cerrados, intolerantes, adaptables tanto a lo bueno como a lo malo, incapaces de valorar las diferencias como algo enriquecedor, creedores de que todo lo bueno se limita a lo que ellos piensan porque la mayoría piensa igual, o porque lo dijo un famoso escritor internacional (que era un perfecto desconocido hasta que el marketing nos hizo pensar que el libro que vemos hasta en la sopa es genial, y todos “debemos” leerlo).

Esto no se ve, pasa desapercibido en nuestra sociedad, pero… a pesar de haber dejado de comprarles armas de juguete, a pesar de obligarlos a juntarse con “iguales” por miedo a lo diferente, los chicos están cada vez más insatisfechos, apáticos, tristes, violentos, y manejados por un capitalismo que (a través de ellos) nos manejará a nosotros. La droga afecta por igual a todos los “desiguales”. Y en lo personal, no creo que esto se deba únicamente a una cuestión de límites. Es una cuestión de AMOR AL OTRO, de AMAR AL PRÓJIMO Y A NOSOTROS MISMOS, EXACTAMENTE POR IGUAL, y con todo lo que la palabra “AMOR” significa: aguante, tolerancia, respeto, discusiones, abrazos, llanto, risas, aceptación, y todo lo que no cabe en palabras…

Hoy en día, las sociedades necesitan chicos cuestionadores, pero tolerantes; firmes y con personalidad, pero que sepan respetar a quienes sostengan ideas o creencias diferentes. Y como docentes, lo primordial es SABER ESCUCHAR, SER CAPACES DE VER Y SENTIR más allá de lo que escuchamos, y AYUDAR DESDE LA REALIDAD DEL OTRO y la aceptación de la misma (no condescendientes, no erróneamente compasivos, y nunca, JAMÁS JAMÁS JAMÁS, juzgando desde nuestra propia realidad vista como la mejor, porque ese es uno de los mayores errores que todos cometemos…

En un mundo tan difícil, ACEPTAR, TOLERAR, ESCUCHAR Y ABRAZAR no son acciones tan difíciles.

Y hablemos, pero también HAGAMOS ACORDE A LO QUE HABLAMOS… un ejemplo vale más que mil palabras…

ROXANA LAURA RONQUILLO

Junio de 2009

domingo, 25 de abril de 2010

ALUMNOS INTELIGENTES (Un poco de humor...)







Continuando con ronda de preguntas y respuestas...




Profesor: “Joaquín, diga el presente del indicativo del verbo caminar.”
Alumno: “Yo camino.... Tú caminas... Él camina… ”
Profesor: “¡Más deprisa!”
Alumno: “Nosotros corremos, vosotros corréis, ellos corren.”

Profesor: "¿Qué debo hacer para repartir 11 patatas entre 7 personas?"
Alumno: "Puré de patata, profesor"

Profesor: “Llovía... ¿Qué tiempo es?”
Alumno: “Es un tiempo muy malo, señor profesor.”

Profesor: “¿Cuántos corazones tenemos nosotros?”
Alumno: “Dos, señor profesor.”
Profesor: “¿Dos?”
Alumno: “Si, el mío y el suyo.”

Dos alumnos llegan tarde a la escuela y dicen como justificación:
1er. Alumno: “Me he despertado tarde, he soñado que fui a la Polinesia y el viaje ha tardado mucho.”
2do. Alumno: “Y yo me he ido a esperarlo al aeropuerto.”

Profesor: “Paco, diga 5 cosas que contengan leche.”
Alumno: “Si, señor profesor. Un queso y 4 vacas”

Profesor (preguntando en un examen oral a un alumno de Derecho):”¿Qué es un fraude?”
Alumno: “Un fraude es lo que está haciendo usted.”
Profesor (indignado): “¿Cómo es eso?”
Alumno: “Según el código penal, comete fraude todo aquél que se aprovecha de la ignorancia del otro para perjudicarlo.”

Profesora: “María, señale en el mapa donde queda América del Norte.”
María: “Aquí está”
Profesora: “Correcto. Ahora los demás respondan: ¿Quién descubrió América?”
Los demás: “María”

Profesora: “Juanito, dime con sinceridad, ¿rezas antes de las comidas?”
Juanito: “No, sra. Profesora, no lo necesito, mi madre es buena cocinera.”

Profesora: “Arturo, tu redacción “Mi perro” es exactamente igual a la de tu hermano. ¿La has copiado?”
Arturo: “ No, profesora, es que el perro es el mismo.”

Profesora: “Carlitos, ¿qué nombre se da a una persona que continua hablando aunque los demás no estén interesados?”
Carlitos: “Profesora”

viernes, 9 de abril de 2010

Gran error docente nº 2: Las preguntas del profesor Jirafales

A veces es difícil llevar adelante una clase.
Especialmente cuando se trata de hilvanar ideas para que los niños lleguen a una determinada conclusión.
A menudo, los docentes, cuando nos planteamos las preguntas, al planificar la clase, conocemos las respuestas. Es decir, hacemos la pregunta sabiendo la respuesta de antemano. Y en este "intentar llevar" a los chicos por el mismo camino, surgen "desvíos" que no teníamos en mente (Como le pasa al profesor Jirafales: la pregunta que hace es lógica para él, pero también son lógicas las respuestas que dan sus alumnos, que no saben absolutamente nada del tema).
Para quienes somos de la generación del Chavo del 8, sabemos que esto está exagerado casi hasta el ridículo, para volverlo gracioso, pero hay preguntas que los docentes hacemos cotidianamente sin notar que son de ese estilo.

Ejemplos reales:

Quinto grado de la escuela primaria. La docente está dando una clase sobre la corriente inmigratoria en la República Argentina. Busca llevar a los chicos al concepto de "fuente de datos", es decir, de dónde el historiador obtiene los datos necesarios para conocer cómo era determinada sociedad, sus características, pirámide poblacional, etc.
Luego de haber leído del manual y conversado sobre esas características sociales, llega la pregunta:
DOCENTE. - ¿Y de dónde podemos sacar los datos para saber todo esto?
(La respuesta que ella tenía en mente era "censos, fotografías de época, cartas, periódicos...")
(El alumno, en cambio, es más simple y recurre a lo que él sabe...)
ALUMNO. - De la página 95 del manual...

(Si lo analizamos: ¿está mal la respuesta? ¿O la pregunta está formulada anticipando una respuesta que nos parece la única posible? Para el alumno es absolutamente lógico y correcto, porque él obtuvo esos datos de la página 95 del manual, es probable que por comodidad jamás investigue en otro sitio, y no tiene la menor idea del trabajo de los historiadores)

Cuarto grado. Tarea de la primer clase de Ciencias Naturales (un cuestionario con veinte preguntas diversas):
Responde a las siguientes preguntas:
1) ¿Qué pasa con el agua en la naturaleza?
????

(Esta pregunta es tan abarcativa que no sólo el alumno, sino tampoco los padres saben qué responder, porque desconocen a qué apunta la docente específicamente, ya que no es un trabajo de investigación sobre el agua, sino veinte preguntas que van desde los factores abióticos, hasta el cuerpo humano... ¿En qué se basa, entonces, la respuesta? ¿En el ciclo del agua? ¿En la contaminación del agua? ¿En las inundaciones? ¿En la importancia del agua para los seres vivos?.
Nuevamente, el docente formula la pregunta teniendo en mente la respuesta a la que él pretende que los alumnos lleguen.)

Vamos a distendernos un poco, y a reírnos con el "profe" Jirafales:



Y ahora, concentrémonos en nuestra tarea reviendo algunos puntos clave que debemos tener en cuenta cuando formulemos preguntas:
1) Partir del conocimiento previo que el alumno tiene sobre el tema (nunca del que nosotros, docentes, tenemos)
2) Tener en claro a dónde queremos llegar, pero formulando las preguntas como si desconociéramos la respuesta. (Es decir, que el punto de partida sea la pregunta misma, no la respuesta,... y ver a dónde nos lleva)
3) La pregunta debe ser clara, concisa. Si es muy abarcativa, desdoblémosla en varias preguntas más específicas, apuntando al conocimiento al que el alumno debe llegar en esa clase.
4) Cuando conversamos en clase un determinado tema, y la tarea se refiera a esa conversación, tener presente que el padre del alumno no sabe qué fue lo que hablamos en clase, es decir, que seamos previsores en cuanto a que la mayoría de los chicos "se olvidó" el tema ni bien llegó a casa, o "no lo entendió", y el padre no podrá ayudarle a completar esa tarea. Que siempre quede plasmado, al menos un resumen de lo conversado, o los conceptos básicos.
5) Pensemos en el profesor Jirafales al planificar la clase, buscando TODAS las respuestas que puedan surgir, lógicas o ilógicas, reformulando las preguntas una y otra vez (y divirtiéndonos también un poco... ¿por qué no?)

¡Mucha suerte!... Y hasta el próximo error...

sábado, 30 de enero de 2010

Esencia y misión del maestro, de JULIO CORTÁZAR


Este es un texto de Julio Cortázar al que no tengo nada que agregarle. Expresa todo mi sentir de la manera que únicamente Julio Cortázar puede hacerlo. Si, puede, no podía. Un escritor y un maestro como él, siempre están entre nosotros. Siempre. En presente.


Escribo para quienes van a ser maestros en un futuro que es ya casi presente. Para quienes van a encontrarse repentinamente aislados de una vida que no tenía otros problemas que los inherentes a la condición de estudiante; y que, por lo tanto, era esencialmente distinta de la vida propia del hombre maduro. Se me ocurre que resulta necesario, en la Argentina, enfrentar al maestro con algunos aspectos de la realidad que sus cuatro años de escuela normal no siempre le han permitido conocer, por razones que acaso se desprendan de lo que sigue, y que la lectura de estas líneas -que no tienen la menor intención de consejo- podrá tal vez mostrarles uno o varios ángulos insospechados de su misión a cumplir y de su conducta a mantener.

Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo y, a la vez, estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello, de bueno, de aspiración a la total realización. Doble tarea, pues: la de instruir, educar, y la de dar alas a los anhelos que existen, embrionarios, en toda conciencia naciente. El maestro se tiende hacia la inteligencia, hacia el espíritu y, finalmente, hacia la esencia moral que reposa en el ser humano. Enseña aquello que es exterior al niño; pero debe cumplir asimismo el hondo viaje hacia el interior de ese espíritu, y regresar de él trayendo, para maravilla de los ojos de su educando, la noción de bondad y la noción de belleza: ética y estética, elementos esenciales de la condición humana.

Nada de esto es fácil. Lo hipócrita debe ser desterrado, y he aquí el primer duro combate; porque los elementos negativos forman también parte de nuestro ser. Enseñar el bien, supone la previa noción del mal; permitir que el niño intuya la belleza no excluye la necesidad de hacerle saber lo no bello. Es entonces que la capacidad del que enseña -yo diría mejor: del que construye descubriendo- se pone a prueba. Es entonces que un número desoladoramente grande de maestros fracasa. Fracasa calladamente, sin que el mecanismo de nuestra enseñanza primaria se entere de su derrota; fracasa sin saberlo él mismo, porque no había tenido jamás el concepto de su misión. Fracasa tornándose rutinario, abandonándose a lo cotidiano, enseñando lo que los programas exigen y nada más, rindiendo rigurosa cuenta de la conducta y la disciplina de sus alumnos. Fracasa convirtiéndose en lo que se suele denominar "un maestro correcto". Un mecanismo de relojería, limpio y brillante, pero sometido a la servil condición de toda máquina.

Algún maestro así habremos tenido con nosotros. Pero ojalá que quienes leen estas líneas hayan encontrado también, alguna vez, un verdadero maestro. Un maestro que sentía su misión; que la vivía. Un maestro como deberían ser todos los maestros en la Argentina.

Lo pasado es pasado. Yo escribo para quienes van a a ser educadores, y la pregunta surge, entonces, imperativa: ¿Por qué fracasa un número tan elevado de maestros? De la respuesta, aquilatada en su justo valor por la nueva generación, puede depender el destino de las infancias futuras, que es como decir el destino del ser humano en cuanto sociedad y en cuanto tendencia al progreso.

¿Puede contestarse la pregunta? ¿Es que acaso tiene respuesta?

Yo poseo mi respuesta, relativa y acaso errada. Que juzgue quien me lee. Yo encuentro que el fracaso de tantos maestros argentinos obedece a la carencia de una verdadera cultura, de una cultura que no se apoye en el mero acopio de elementos intelectuales, sino que afiance sus raíces en el recto conocimiento de la esencia humana, de aquellos valores del espíritu que nos elevan por sobre lo animal. El vocablo "cultura" ha sufrido, como tantos otros, un largo malentendido. Culto era quien había cumplido una carrera, el que había leído mucho; culto era el profesor que desarrollaba el programa con abundante bibliografía auxiliar. Ser culto era -y es, para muchos- llevar en suma un prolijo archivo y recordar muchos nombres...

Pero la cultura es eso y mucho más. El hombre -tendencias filosóficas actuales, novísimas lo afirman a través del genio de Martin Heidegger- no es solamente un intelecto. El hombre es inteligencia, pero también sentimiento y anhelo metafísico, y sentido religioso. El hombre es un compuesto; de la armonía de sus posibilidades surge la perfección. Por eso, ser culto significa atender al mismo tiempo a todos los valores y no meramente a los intelectuales. Ser culto es saber sánscrito, si se quiere, pero también maravillarse ante un crepúsculo; ser culto es llenar fichas acerca de una disciplina que se cultiva con preferencia, pero también emocionarse con una música o un cuadro, o descubrir el íntimo secreto de un verso o de un niño. Y aún no he logrado precisar qué debe entenderse por cultura; los ejemplos resultan inútiles. Quizá se comprendiera mejor mi pensamiento decantado en este concepto de la cultura: la actitud integralmente humana, sin mutilaciones, que resulta de un largo estudio y de una amplia visión de la realidad.

Así tiene que ser el maestro.

Y ahora, esta pregunta dirigida a la conciencia moral de los que se hallan comprendidos en ella: ¿bastaron cuatro años de escuela normal para hacer del maestro un hombre culto?

No; ello es evidente. Esos cuatro años han servido para integrar parte de lo que yo denominé más arriba "largo estudio"; han servido para enfrentar la inteligencia con los grandes problemas que la humanidad se ha planteado y ha buscado solucionar con su esfuerzo: el problema histórico, el científico, el literario, el pedagógico. Nada más, a pesar de la buena voluntad que hayan podido demostrar profesores y alumnos; a pesar del doble esfuerzo en procura de un debido nivel cultural.

La escuela normal no basta para hacer al maestro. Y quien, luego de plegar con gesto orgulloso su diploma, se disponga a cumplir su tarea sin otro esfuerzo, ése es desde ya un maestro condenado al fracaso. Parecerá cruel y acaso falso; pero un hondo buceo en la conciencia de cada uno probará que es harto cierto. La escuela normal da elementos, variados y generosos; crea la noción del deber, de la misión; descubre los horizontes. Pero con los horizontes hay que hacer algo más que mirarlos desde lejos; hay que caminar hacia ellos y conquistarlos.

El maestro debe llegar a la cultura mediante un largo estudio. Estudio de lo exterior, y estudio de sí mismo. Aristóteles y Sócrates, de ahí las dos actitudes. Uno, la visión de la realidad a través de sus múltiples ángulos; el otro, la visión de sí mismo a través del cultivo de la propia personalidad. Y, esto hay que creerlo, ambas cosas no se logran por separado. Nadie se conoce a sí propio sin haber bebido la ciencia ajena en inacabables horas de lectura y de estudio; y nadie conoce el alma de los semejantes sin asistir primero al deslumbramiento de descubrirse a sí mismo. La cultura resulta así una actitud que nace imperceptiblemente; nadie puede despertarse una mañana y decir: "Soy culto". Puede, sí, decir: "Sé muchas cosas", y nada más. La mejor prueba de cultura suele darla aquel que habla muy poco de sí mismo: porque la cultura no es una cosa, sino que es una visión; se es culto cuando el mundo se nos ofrece con la máxima amplitud; cuando los problemas menudos dejan de tener consistencia; cuando se descubre que lo cotidiano es lo falso, y que sólo en lo más puro, lo más bello, lo más bueno, reside la esencia que el hombre busca. Cuando se comprende lo que verdaderamente quiere decir Dios.

Al salir de la escuela normal, puede afirmarse que el estudio recién comienza. Queda lo más difícil, porque entonces se está solo, librado a la propia conducta. En el debilitamiento de los resortes morales, en el olvido de lo que de sagrado tiene el ser maestro, hay que buscar la razón de tantos fracasos. Pero en la voluntad que no reconoce términos, que no sabe de plazos fijos para el estudio, está la razón de muchos triunfos. En la Argentina ha habido y hay maestros; debería preguntárseles a ellos si les bastaron los cuatro años oficiales para adquirir la cultura que poseen. "El genio -dijo Buffon- es una larga paciencia." Nosotros no requerimos maestros geniales: sería absurdo. Pero todo saber supone una larga paciencia. Alguien afirmó, sencillamente, que nada se conquista sin sacrificio. Y una misión como la del educador exige el mayor sacrificio que pueda hacerse por ella. De lo contrario, se permanece en el nivel de "maestro correcto". Aquellos que hayan estudiado el magisterio y se hayan recibido sin meditar a ciencia cierta qué pretendían o qué esperaban más allá del puesto y la retribución monetaria, ésos son ya fracasados y nada podrá salvarlos sino un gran arrepentimiento. Pero yo he escrito estas líneas para los que han descubierto su tarea y su deber. Para los que abandonan la escuela normal con la determinación de cumplir su misión. A ellos he querido mostrarles todo lo que les espera, y se me ocurre que tanto sacrificio ha de alegrarlos. Porque en el fondo de todo verdadero maestro existe un santo, y los santos son aquellos hombres que van dejando todo lo perecedero a lo largo del camino, y mantienen la mirada fija en un horizonte que conquistar con el trabajo, con el sacrificio o con la muerte.


JULIO CORTÁZAR


Revista argentina, Publicación mensual de los alumnos de la Escuela Normal de Chivilcoy,

Chivilcoy, nº 31, 20 de diciembre de 1939.