jueves, 5 de febrero de 2009

Ser un equilátero


Hace un tiempo atrás, Oscar Capobianco, a quien admiro como escritor, pero por sobre todas las cosas como persona, y con quien tengo el orgullo de poder compartir una amistad profunda y verdadera, escribió este poema...
Cuántos chicos sienten nuestras enseñanzas como pura (y lejana) teoría, vacía de contenidos... Y sienten que esperamos de ellos que sean siempre perfectos, con todos los lados iguales, como triángulos equiláteros...
Yo fui el ejemplo de alumna perfecta...
Y fui muy insegura... y muy infeliz...
Al igual que en una proporcionalidad inversa, todos los "diez" que me saqué en la escuela, fueron acompañados de un "uno" en mi vida social, emocional, y real...
A veces, hubiera preferido que en la escuela me hubieran llamado mala alumna, rebelde o cuestionadora, pero no me animé. Era una imagen de lo que se esperaba de mí. Nunca pude, nunca supe, ni nadie me enseñó, a ser quien realmente era. Por eso, amo acompañar a los alumnos rebeldes, cuestionadores, y hasta irrespetuosos. Porque tienen la valentía de mostrar lo que sienten. Y por eso, suelo mirar y ayudar constantemente a los alumnos "demasiado buenos" a que se animen a expresarse, y no teman equivocarse... en una cuenta o en una respuesta... o en la vida. Porque quien no se equivoca nunca, nunca aprende. Sólo está aplicando conocimientos de otros. Y yo quiero formar gente feliz... No gente adaptada... Gente sabia... no gente sobresaturada de conocimientos.

DEDICADO ESPECIALMENTE Y CON TODO MI AMOR
A EXEQUIEL FERRO...
PORQUE CUANDO LEÍ EL POEMA, PENSÉ EN ÉL...
POR ANIMARSE (A sus ocho añitos) A VIVIR CONTRA LO IMPUESTO
Y A PESAR DE LOS GOLPES DE LA VIDA
(O A PESAR DE LOS GOLPES DE LA ESCUELA)


SER UN EQUILÁTERO

Un chico se duerme,
soñando que el mundo
es un gran juguete...
y le pertenece.
Que cuando él disponga,
le pondrá vagones
y estará al comando
de algún tren que cruce
entre las montañas,
de su gran pradera.

El chico despierta,
porque escucha, lejos,
varias campanadas,
pero no hay andenes,
son sólo el llamado,
que hacen de su escuela.
¡Qué rara es la gente,
que no lo comprende!
A él no le interesa
ser un equilátero,
con lados iguales
y siempre perfecto,
respetando normas,
de lo que han impuesto.

Un chico se duerme
y ausente en la clase,
no escucha al maestro,
hablar de diptongos,
y de bisectrices
y raíz cuadrada.

Dentro de su alma,
engancha vagones
y se va de viaje,
rumbo a la esperanza,
donde el mundo es justo
y a él le permite
no hacer la tarea,
tener horas libres,
seguir comandando
su locomotora.

Oscar Capobianco