Una gran mayoría de los chicos se comporta de manera rebelde y cuestionadora. Todo lo ponen en tela de juicio, no se resignan a una explicación a medias y desafían el límite, pero mayormente porque creen que el límite impuesto es injusto o erróneo.
Los docentes, en cambio, aceptamos teorías que, como “están estudiadas por un grupo especializado, seguramente son innovadoras”, tomamos cursos y, aún cuando nos parezca que alguno de los mismos fue “una porquería que sólo nos permitió obtener una centésima más de puntaje”, jamás lo diremos.
Cuando, como docente y como mamá, concurrí a las reuniones previas a la Reforma de la Ley de Educación, observé que todos estaban de acuerdo y les resultaba maravillosa. En un momento, levanté la mano para preguntar:
- Me parece excelente la idea del secundario obligatorio, pero... ¿cómo lo van a implementar... si en la actualidad ni siquiera hay escuelas públicas para contener a toda la población primaria? ¿Cómo harían, si no hay edificios suficientes y en condiciones, para que el alumno secundario que no pueda pagar un establecimiento privado, no quede fuera de sistema y fuera de la ley también?
Todos me miraron raro. Como se mira a esa persona molesta que “sale con un martes 13” cuando hay algo resuelto. Como si nadie se planteara estos cuestionamientos o fuera capaz de ver, no lo negativo, sino la realidad de un proyecto que dibujado en papeles parece fantástico, pensado para que ningún alumno quede afuera, y cuando haya que llevarlo a la práctica, más de la mitad de la población entre 13 y 18 años, resulte excluida.
Se me contestó que eso se vería después. Todos votaron a favor de la reforma. ¡No!!! Por eso las cosas en Argentina no funcionan. Eso SE CUESTIONA ANTES. Después, cuando la ley ya está en marcha ¿Cómo se resuelve? ¿Emparchando? ¿Volviendo atrás?... Y esto, por dar un solo ejemplo. Pero podría dar muchos ejemplos más de los errores que cometemos los adultos por no cuestionarnos.
Nosotros venimos de dictaduras. De aceptar. De callar. De instituciones en las que cuestionar era cruzar peligrosamente el límite de lo “socialmente correcto“. De una mentalidad en la que pensar diferente era sinónimo de ser subversivo. No teníamos necesidad de elegir. Eso era así y punto. Ahora vivimos un presente distinto. Algunos opinan que “nos fuimos al otro extremo”. Para mí, esto no es ni mejor ni peor. Como dije, es, simplemente, distinto. Jamás se vuelve atrás. Tenemos que aprender a estar al frente de generaciones cuestionadoras y rebeldes. Tenemos que aprender a enseñarles que el cuestionamiento es bueno, cuando va acompañado por el respeto hacia el semejante. Y tendremos que aprender a tener buenas razones, para que tengan más peso propio que el cuestionamiento en sí.
La única forma de hacer del cuestionamiento algo enriquecedor es amalgamarlo con la filosofía... y aprender a escuchar al otro. Que tanto chicos como adultos aprendamos, no a cuestionar porque sí algo externo, sino a cuestionarnos internamente (por qué opinamos diferente, por qué una regla o norma nos parece acertada o no)... Y, a la par del cuestionamiento, buscar la solución... Y, como cada uno tendrá su propia idea de una buena solución, juntaremos una gran cantidad de puntos de vista distintos sobre una misma situación. ¿No es esto sumamente enriquecedor?
Te recomiendo leer “INTELIGENCIA”, de Osho. De él extraigo este párrafo:
“Toda mi vida, desde la infancia a la universidad, he sido condenado por ser desobediente. Y yo insistía: “No soy desobediente. Simplemente estoy tratando de discernir, con mi propia inteligencia, qué es lo correcto, qué se debería hacer. Y tomo toda la responsabilidad de ello. Si algo va mal, fue mi culpa. No quiero condenar a otra persona porque me dijo que lo hiciera”. Pero era difícil para mis padres, para mis maestros, profesores.
En la escuela era obligatorio llevar gorra, y yo entré a la escuela secundaria sin gorra. El maestro preguntó inmediatamente:
-¿Estás al tanto o no de que las gorras son obligatorias?
-Algo como una gorra no puede ser obligatorio. ¿Cómo va a ser obligatorio ponerse algo en la cabeza? La cabeza es obligatoria, pero no la gorra. Y he venido con la cabeza; usted, quizá, ha venido sólo con la gorra -respondí.
-Pareces un tipo extraño. Está escrito en el código de la escuela que ningún estudiante puede entrar en la escuela sin una gorra.
-Entonces, habrá que cambiar el código. Fue escrito por seres humanos, no por Dios; y los seres humanos cometen errores. –El maestro no daba crédito a sus oídos.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué no te pones simplemente una gorra? -insistió.
-La gorra no es el problema; quiero averiguar por qué es obligatoria, sus razones, sus resultados. Si usted no es capaz de explicarlo, me puede llevar al rector y podemos discutirlo.
Tuvo que llevarme a ver al rector.
En India, los bengalíes son los más inteligentes; no llevan gorro. Y los punjabíes, los de Punjáb, son los menos inteligentes, son gente simple, y llevan turbante. Así que dije al rector:
-Examinemos la situación: los bengalíes no llevan ningún gorro y son las personas más inteligentes del país, y los punjabíes no sólo llevan gorro, sino un turbante muy apretado, y son los menos inteligentes. Si realmente tiene algo que ver con la inteligencia, prefiero no correr el riesgo.
El rector me escuchó y dijo:
-El chico es obstinado, pero lo que dice tiene sentido. Nunca había pensado en ello; es verdad. Y podemos hacer que el código deje de ser obligatorio. Quien quiera llevar gorra, puede llevarla; el que no quiera, no tiene que hacerlo porque no tiene nada que ver con la enseñanza.
El maestro no daba crédito a sus oídos. Cuando íbamos de vuelta, me preguntó:
-¿Qué has hecho?
-No he hecho nada, simplemente he explicado la situación. No estoy enfadado, estoy muy dispuesto a llevar la gorra. Si le parece que es buena para la inteligencia, ¿por qué llevar sólo una? ¡Puedo llevar dos gorras, tres gorras, unas encima de otras, si son buenas para mi inteligencia! No estoy enfadado, pero tiene que demostrarme su utilidad.
El maestro me dijo, todavía recuerdo sus palabras:
-Tendrás dificultades toda tu vida. No encajarás en ninguna parte.
-Eso está muy bien –repuse-, pero no quiero ser un idiota y encajar en cualquier parte. Es bueno ser un “inadaptado” pero inteligente. ¡Y he venido a la escuela a aprender inteligencia, para poder ser un inadaptado inteligentemente!. Por favor, no vuelva a intentar nunca cambiarme de ser un individuo a ser una pieza de la máquina.
A partir del día siguiente, las gorras desaparecieron; sólo el maestro había venido con gorra. Y cuando miró a la clase y por la escuela... Porque había entrado en vigor la nueva norma de que las gorras no eran obligatorias, y todos los demás profesores, incluso el rector, habían venido sin gorra. Se veía ridículo. Le dije:
- Aún hay tiempo. Puede quitársela y metérsela en el bolsillo -¡Y lo hizo!
- Muy bien. Si todos están en contra de la gorra... Yo simplemente obedecía la ley.
Así que recuerda, cuando hablo de desobediencia no me refiero a sustituir la obediencia por la desobediencia. Eso no te mejorará. Uso la palabra “desobediencia” sólo para hacerte entender que depende de ti, que tú tienes el factor decisivo en todas las acciones de tu vida. Y eso te da una fuerza tremenda, porque todo lo que haces lo haces con un cierto apoyo racional. Simplemente, vive de manera inteligente.”
Los docentes, en cambio, aceptamos teorías que, como “están estudiadas por un grupo especializado, seguramente son innovadoras”, tomamos cursos y, aún cuando nos parezca que alguno de los mismos fue “una porquería que sólo nos permitió obtener una centésima más de puntaje”, jamás lo diremos.
Cuando, como docente y como mamá, concurrí a las reuniones previas a la Reforma de la Ley de Educación, observé que todos estaban de acuerdo y les resultaba maravillosa. En un momento, levanté la mano para preguntar:
- Me parece excelente la idea del secundario obligatorio, pero... ¿cómo lo van a implementar... si en la actualidad ni siquiera hay escuelas públicas para contener a toda la población primaria? ¿Cómo harían, si no hay edificios suficientes y en condiciones, para que el alumno secundario que no pueda pagar un establecimiento privado, no quede fuera de sistema y fuera de la ley también?
Todos me miraron raro. Como se mira a esa persona molesta que “sale con un martes 13” cuando hay algo resuelto. Como si nadie se planteara estos cuestionamientos o fuera capaz de ver, no lo negativo, sino la realidad de un proyecto que dibujado en papeles parece fantástico, pensado para que ningún alumno quede afuera, y cuando haya que llevarlo a la práctica, más de la mitad de la población entre 13 y 18 años, resulte excluida.
Se me contestó que eso se vería después. Todos votaron a favor de la reforma. ¡No!!! Por eso las cosas en Argentina no funcionan. Eso SE CUESTIONA ANTES. Después, cuando la ley ya está en marcha ¿Cómo se resuelve? ¿Emparchando? ¿Volviendo atrás?... Y esto, por dar un solo ejemplo. Pero podría dar muchos ejemplos más de los errores que cometemos los adultos por no cuestionarnos.
Nosotros venimos de dictaduras. De aceptar. De callar. De instituciones en las que cuestionar era cruzar peligrosamente el límite de lo “socialmente correcto“. De una mentalidad en la que pensar diferente era sinónimo de ser subversivo. No teníamos necesidad de elegir. Eso era así y punto. Ahora vivimos un presente distinto. Algunos opinan que “nos fuimos al otro extremo”. Para mí, esto no es ni mejor ni peor. Como dije, es, simplemente, distinto. Jamás se vuelve atrás. Tenemos que aprender a estar al frente de generaciones cuestionadoras y rebeldes. Tenemos que aprender a enseñarles que el cuestionamiento es bueno, cuando va acompañado por el respeto hacia el semejante. Y tendremos que aprender a tener buenas razones, para que tengan más peso propio que el cuestionamiento en sí.
La única forma de hacer del cuestionamiento algo enriquecedor es amalgamarlo con la filosofía... y aprender a escuchar al otro. Que tanto chicos como adultos aprendamos, no a cuestionar porque sí algo externo, sino a cuestionarnos internamente (por qué opinamos diferente, por qué una regla o norma nos parece acertada o no)... Y, a la par del cuestionamiento, buscar la solución... Y, como cada uno tendrá su propia idea de una buena solución, juntaremos una gran cantidad de puntos de vista distintos sobre una misma situación. ¿No es esto sumamente enriquecedor?
Te recomiendo leer “INTELIGENCIA”, de Osho. De él extraigo este párrafo:
“Toda mi vida, desde la infancia a la universidad, he sido condenado por ser desobediente. Y yo insistía: “No soy desobediente. Simplemente estoy tratando de discernir, con mi propia inteligencia, qué es lo correcto, qué se debería hacer. Y tomo toda la responsabilidad de ello. Si algo va mal, fue mi culpa. No quiero condenar a otra persona porque me dijo que lo hiciera”. Pero era difícil para mis padres, para mis maestros, profesores.
En la escuela era obligatorio llevar gorra, y yo entré a la escuela secundaria sin gorra. El maestro preguntó inmediatamente:
-¿Estás al tanto o no de que las gorras son obligatorias?
-Algo como una gorra no puede ser obligatorio. ¿Cómo va a ser obligatorio ponerse algo en la cabeza? La cabeza es obligatoria, pero no la gorra. Y he venido con la cabeza; usted, quizá, ha venido sólo con la gorra -respondí.
-Pareces un tipo extraño. Está escrito en el código de la escuela que ningún estudiante puede entrar en la escuela sin una gorra.
-Entonces, habrá que cambiar el código. Fue escrito por seres humanos, no por Dios; y los seres humanos cometen errores. –El maestro no daba crédito a sus oídos.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué no te pones simplemente una gorra? -insistió.
-La gorra no es el problema; quiero averiguar por qué es obligatoria, sus razones, sus resultados. Si usted no es capaz de explicarlo, me puede llevar al rector y podemos discutirlo.
Tuvo que llevarme a ver al rector.
En India, los bengalíes son los más inteligentes; no llevan gorro. Y los punjabíes, los de Punjáb, son los menos inteligentes, son gente simple, y llevan turbante. Así que dije al rector:
-Examinemos la situación: los bengalíes no llevan ningún gorro y son las personas más inteligentes del país, y los punjabíes no sólo llevan gorro, sino un turbante muy apretado, y son los menos inteligentes. Si realmente tiene algo que ver con la inteligencia, prefiero no correr el riesgo.
El rector me escuchó y dijo:
-El chico es obstinado, pero lo que dice tiene sentido. Nunca había pensado en ello; es verdad. Y podemos hacer que el código deje de ser obligatorio. Quien quiera llevar gorra, puede llevarla; el que no quiera, no tiene que hacerlo porque no tiene nada que ver con la enseñanza.
El maestro no daba crédito a sus oídos. Cuando íbamos de vuelta, me preguntó:
-¿Qué has hecho?
-No he hecho nada, simplemente he explicado la situación. No estoy enfadado, estoy muy dispuesto a llevar la gorra. Si le parece que es buena para la inteligencia, ¿por qué llevar sólo una? ¡Puedo llevar dos gorras, tres gorras, unas encima de otras, si son buenas para mi inteligencia! No estoy enfadado, pero tiene que demostrarme su utilidad.
El maestro me dijo, todavía recuerdo sus palabras:
-Tendrás dificultades toda tu vida. No encajarás en ninguna parte.
-Eso está muy bien –repuse-, pero no quiero ser un idiota y encajar en cualquier parte. Es bueno ser un “inadaptado” pero inteligente. ¡Y he venido a la escuela a aprender inteligencia, para poder ser un inadaptado inteligentemente!. Por favor, no vuelva a intentar nunca cambiarme de ser un individuo a ser una pieza de la máquina.
A partir del día siguiente, las gorras desaparecieron; sólo el maestro había venido con gorra. Y cuando miró a la clase y por la escuela... Porque había entrado en vigor la nueva norma de que las gorras no eran obligatorias, y todos los demás profesores, incluso el rector, habían venido sin gorra. Se veía ridículo. Le dije:
- Aún hay tiempo. Puede quitársela y metérsela en el bolsillo -¡Y lo hizo!
- Muy bien. Si todos están en contra de la gorra... Yo simplemente obedecía la ley.
Así que recuerda, cuando hablo de desobediencia no me refiero a sustituir la obediencia por la desobediencia. Eso no te mejorará. Uso la palabra “desobediencia” sólo para hacerte entender que depende de ti, que tú tienes el factor decisivo en todas las acciones de tu vida. Y eso te da una fuerza tremenda, porque todo lo que haces lo haces con un cierto apoyo racional. Simplemente, vive de manera inteligente.”